El martes, un juez Federal en Manhattan se rehusó a desestimar cargos en contra de un acusado cuyo abogado había argumentado que la extradición de su cliente de un país del Lejano Oriente fue resultado de presión política inapropiada de los Estados Unidos sobre el pequeño país.
Pero la ley es clara: a no ser que un agente del gobierno de EE.UU. apunte una pistola a un niño pequeño y amenace con matarlo si su padre no consiente a la extradición, o algún acto tan reprensible como ese, a Estados Unidos no le importa como traen a un acusado. Si por ellos fuera, los agentes pueden hasta secuestrar a un acusado. El país puede estar molesto, pero el acusado mismo no está en posición de quejarse. La extradición es un acuerdo entre dos países, no entre individuos. Si un acusado objeta a la forma en que fue extraditado, él tiene que reclamarle al país que lo extraditó.
El acusado tendrá que irse a juicio, y allí se tratará solamente de las pruebas en su contra. El hecho de que la extradición hubiera sido legal o ilegal, o hasta reprensible, no le va a importar al jurado. Los jurados se enfocan en los detalles. Ellos se enfocan en las pruebas. El panorama general les queda a los eruditos.
David Zapp