Por THE EDITORIAL BOARD del diario The New York Times – 24 de mayo de 2014
Varios informes recientes proporcionan una evidencia convincente de que los Estados Unidos es un país que “ha pasado el punto donde se pueden justificar los números de personas en la prisión por beneficios sociales”, y que la encarcelación en masa en sí es “una fuente de injusticia”.
La población en prisión de la nación se ha cuadruplicado hasta llegar a 2.2 millones, haciéndola la mayor del mundo. Es de cinco a diez veces la tasa de encarcelación en otras democracias. Más de la mitad de los prisioneros estatales están cumpliendo condenas por delitos no violentos.
Muchos políticos continúan temiendo parecer demasiado indulgentes con el problema del crimen, aunque no hay prueba de que el encarcelar a más personas haya reducido la delincuencia más allá de una pequeña cantidad. En muchas partes del mundo esto se observa con incredulidad. Un informe de Human Rights Watch destaca que mientras que la prisión por lo general debe ser un último recurso, en los Estados Unidos se ha tratado como “la medicina que cura todos los males” y que “al abrazar la encarcelación, el país parce haber olvidado cuán severo es ese castigo”.
Desde 1980 hasta el año 2000, el número de niños cuyos padres están en prisión se elevó de 350,000 a 2.1 millones. Como que la raza y la pobreza se sobreponen de modo tan significativo, el peso del experimento de nuestra justicia penal continúa cayendo abrumadoramente en comunidades de personas de color, y en particular en hombres jóvenes negros.
Todo esto ha venido con un costo financiero asombroso — $80 mil millones al año en gastos directos para correcciones solamente, y más de un cuarto de billón de dólares cuando se tienen en cuenta los servicios policiacos, judiciales y legales. Muchas de las soluciones a esta crisis son claras: reducir considerablemente la duración de las condenas; proveer más oportunidades para la rehabilitación dentro de la prisión; usar alternativas a la encarcelación para los delincuentes no violentos, los adictos a drogas y los enfermos mentales; poner en libertad a los prisioneros de edad avanzada o enfermos cuya reincidencia sea menos probable.
La insensatez de la situación es evidente e indiscutible. El experimento americano de la encarcelación en masa ha sido un desastre moral, legal, social, y económico. Esperemos que termine cuanto antes.